Nunca pensé que podría ver aquellas nubes enormes, gigantescos cumulonimbos, blancos como nubes de algodón elevándose miles de metros, como los vi la primera vez en la película de Kurosawa “RAN”. Cada vez que veo esa película me fascinan esas enormes nubes blancas que enmarcan la cacería del jabalí que da comienzo a la cinta. Sin embargo, durante este fin de semana las he podido ver tres veces.
La primera durante la breve travesía en barco desde Miyajimaguchi hasta la isla de Miyajima, con su gran templo budista y la famosa Torii, que es según dicen una de las vistas mas fotografiadas de Japón. A parte de la visita, obligada, pues para eso fui a la isla, del templo, no pude evitar perderme por las estrechas calles del pequeño pueblo, por el que rondan los famosos “Shika”, ciervos que campan a sus anchas mientras los turistas sonrientes se hacen fotos a su lado. Me puedo hacer una idea de lo que piensan los ciervos, o quizá me hago a la idea de lo que yo pensaría si fuese uno de esos ciervos, y me da la risa.
Cuando camino por las calles de las ciudades japonesas he tomado la costumbre, (no muy recomendable en España), de irme por las calles con las cuestas mas empinadas, o las más oscuras y tortuosas, pues al final de esos caminos suelen haber cosas interesantes. Algún día me llevare una sorpresa desagradable, pero por ahora todas las sorpresas son para bien.
Acabo de comprar una bandeja con una piña que tiene un aspecto fenomenal en una tiendecita donde una señora muy amable se sonríe al despacharme y cuando llevo unos metros andados miro a mi derecha y me encuentro con un ciervo custodiando la entrada a unas escaleras tremendamente empinadas. No me puedo resistir y, tras saludar al ciervo, casi pidiéndole permiso, me dispongo al ascenso de la primera cumbre del día. Algunas, como esta, tienen un templo en la cina; otras, sin embargo tienen un mirador en el que poder reposar.
En uno de ellos me encuentro con un chico y mientras nos comemos la piña me comenta que es francés y que le cuesta un montón comunicarse con los japoneses, por suerte vive con una familia japonesa y ellos le facilitan la vida bastante. Nos ponemos a andar mientras conversamos y nos internamos en un bosque que sube por la ladera hasta la cumbre de la isla. A mitad de camino me despido de él. Supongo que haría buenas fotos desde la cumbre de la montaña pero mi camino iba hacia el mar, hacia la gran puerta.
En uno de ellos me encuentro con un chico y mientras nos comemos la piña me comenta que es francés y que le cuesta un montón comunicarse con los japoneses, por suerte vive con una familia japonesa y ellos le facilitan la vida bastante. Nos ponemos a andar mientras conversamos y nos internamos en un bosque que sube por la ladera hasta la cumbre de la isla. A mitad de camino me despido de él. Supongo que haría buenas fotos desde la cumbre de la montaña pero mi camino iba hacia el mar, hacia la gran puerta.
La marea esta baja, así que la puerta sobresale del fondo de la playa y sus negros cimientos de madera cuajados de bivalvos se secan al sol. Desde las montañas bajan riachuelos que pasan por debajo del templo y se dirigen hacia la puerta. Otros ríos, estos de turistas, también se dirigen hacia la puerta. La mañana es muy calurosa y hay mucha humedad, así que todo se ve ligeramente borroso, pero la puerta y el templo con su color naranja sobresalen frente a todo lo demás.
A las 11 de la mañana decido que ha llegado el momento de regresar, y es una buena decisión ya que cuando espero al ferry de vuelta una marabunta de turistas armados con cámaras de fotos japonesas de última generación invaden como un alud el pequeño puerto de la isla. Cuando llego a Miyajimaguchi, interminables colas esperan a que un nuevo ferry los engulla, los digiera y los vomite en la isla. A tiempo, me voy a Hiroshima.
A las 11 de la mañana decido que ha llegado el momento de regresar, y es una buena decisión ya que cuando espero al ferry de vuelta una marabunta de turistas armados con cámaras de fotos japonesas de última generación invaden como un alud el pequeño puerto de la isla. Cuando llego a Miyajimaguchi, interminables colas esperan a que un nuevo ferry los engulla, los digiera y los vomite en la isla. A tiempo, me voy a Hiroshima.
La segunda vez que veo las nubes es en el tren de Miyajimaguchi a Hiroshima. Hace un calor de mil demonios y cuando miro el mapa no me parece que este tan lejos mi destino, pero poco después me doy cuenta de que la ciudad es más grande de lo que imaginaba. De todas formas sigo andando, cruzando puentes y atravesando calles hasta que, después de lo que me ha parecido 40 días en el desierto, llego a la zona dedicada a la bomba. Por supuesto se que el tranvía me puede llevar hasta allí directamente desde la estación de tren, pero me empeño en andar llevando la contraria a mis pies doloridos.
Caminando por las calles de Hiroshima uno experimenta la extraña sensación de no estar en Japón. Al visitante acostumbrado a las típicas ciudades japonesas esta se le antojara diferente, demasiado poco de aquí. No tiene uno la sensación de que toda una ciudad, fue la zona cero hace 65 años porque cuando caminas por las grandes avenidas, cruzas los pasos de peatones o miras los altos edificios construidos en los años 60 o 70, cuando cruzas los puentes o hablas con la gente, o pides un plato de atún en un restaurante de “Maguro”; cuando haces todo eso, no piensas que caminas por la zona cero mas vergonzosa de la historia. Solo cuando llegas a la zona entre los ríos Honkawa y Motoyatsugawa, es cuando te das cuenta de que aquí ocurrió algo horrible hace no tanto tiempo
Hay una atmosfera sacra en toda la zona, desde la “cúpula de la bomba”, lo único que quedó en pie tras la detonación y que conservan apuntalado desde dentro, hasta el gran museo dedicado a los horrores de las armas atómicas. Una atmosfera que se rompe cuando ves a la típica japonesa de punta en blanco, con unos tacones estratosféricos haciéndose una foto con la V de la victoria y sonriendo. Supongo que no se puede pretender que la gente acuda llorando a esos lugares. Lo que sí es exigible es que salgamos de allí aprendiendo algo y eso lo logran muy bien en el museo dedicado al suceso, donde se explican todos los pormenores, desde la situación de la ciudad antes de la bomba, pasando por el diseño de esta, hasta las consecuencias de la explosión.
Hiroshima es un símbolo no solo porque fue la primera vez en la historia que se usó una bomba nuclear sobre población civil; también sirve como ejemplo de cómo puede volver a empezar de cero, no solo una ciudad, sino un país entero, que quedó hundido como su flota naval y herido tan profundamente en su orgullo nacional que aun hoy se puede notar el sentimiento de derrota y resignación. No creo que lo hayan superado.
La tercera vez que las vi…lo dejare para otra ocasión.
2 comentarios:
pues que lindo!!... es hermoso todo lo que cuentas, y aun mas hermoso las imagenes que compartes con todos aquellos que no hemos tenido la oportunidad de verlos con nuestros propios ojos...nice
Me alegro de que te guste. Vuelve pronto
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