jueves, 9 de septiembre de 2010

Cronicas Japonesas VI


Dice la leyenda que en tiempos inmemoriales el monte Daisen y el monte Fuji se disputaron el honor de ser la montaña más alta de Japón. Para solucionar el dilema decidieron suspender un enorme canal por los cielos desde la cima del monte Daisen hasta la cima del monte Fuji. Cuando vertieran agua esta iría hacia la montaña de menor altura. Cuando hubieron colocado el gigantesco canal vertieron el agua y durante un tiempo ésta no se decidía, pero al final se inclino hacia el monte Daisen. Pero el pobre Daisen no solo se llevó el chasco de conocer que era la segunda montaña de Japón, sino que además, cuando toda la enorme cantidad de agua que necesitaron llegó por fin a la cima arrastró rocas, piedras y arena, erosionándolo aun más y hundiéndolo más aun en la miseria.
De esta historia creo que podemos sacar al menos dos conclusiones: la primera, que en el pasado las montañas pensaban bastante más que hoy. La segunda conclusión es que detrás de toda leyenda hay un rastro de realidad y es que la realidad es que el monte Daisen es un volcán extinguido, que en invierno está cubierto de nieve y que seguramente en un pasado remoto entró en actividad mientras tenia nieve y provoco una inmensa inundación, quedando esta como base de la leyenda. Además el monte Fuji es un volcán DORMIDO, lo que significa que ahora mismo podría estar despertando y la mitad de Japón se iría a tomar viento, ceniza, lava y barro. En fin, es una idea bastante poco tranquilizadora, aunque tengo que decir que aun no he vivido ningún terremoto en el tiempo que estoy aquí, lo que no quiere decir, por cierto que hoy mismo haya uno. Como podéis ver, la vulcanología no es precisamente una ciencia puntera hoy en día
Y con esa idea en mente, las gentes de este país construyeron dos templos en las laderas del monte Daisen: un templo Shinto y uno Budista. Recordemos que en este país el Sintoísmo y el Budismo se entremezclan de una manera bastante curiosa.
El monte Daisen es ahora un parque nacional, pero también es pista de esquí, y tiene campos de golf, miradores… en fin, es uno de los sitios en los que no he encontrado turistas occidentales, y es que esta algo alejado de las rutas normales de Tokyo, Kyoto, Osaka, Nara, Kobe, etc. Pero los japoneses van en manadas de miles, y con razón, pues es un lugar excepcional en el que merece la pena quedarse un día por lo menos. 
No hay una manera efectiva, o al menos yo no la conozco, de transmitir la enorme paz a la que te expones cuando caminas por la senda empedrada que sube a los templos del monte Daisen. Uno tiene la sensación de que nada puede pasarle. Es uno de esos lugares llenos de energía, que realmente se puede sentir mientras caminas, dejada allí por los millones de personas que durante cientos de años han estado subiendo hasta los templos para pedir, rogar, rezar, clamar, agradecer, llorar, casarse, bendecir, suplicar, adorar, construir, morir…

Y cuando uno llega al primer templo, Budista, y toca la enorme campana, esta resuena brevemente pues la enorme cantidad de vida que rodea a los templos, casi una jungla, absorbe la llamada y hace que uno se sienta realmente pequeño. Después, un ascenso por un camino empedrado y algo peligroso debido a la humedad, nos lleva al templo Shinto, más arriba aun, más antiguo todavía, mas primigenio, donde una pareja está siendo sometida a un ritual que no comprendo, mientras el amable señor de la entrada nos indica que por favor esperemos 15 minutos.

En esos 15 minutos gente de todo tipo va llegando y realiza el ritual necesario: dos palmadas, una inclinación y una palmada.–La gente sube aquí para adorar al dios de la montaña– me comenta mi compañero, –pero no solo la montaña, sino también los arboles, los animales, las rocas…tienen espíritu–.  Antes de bajar me comenta que para los japoneses, el sonido de la cigarra evoca el silencio, así que en silencio descendemos la montaña mientras me invade la sensación de que todo el bosque está creciendo y puedo sentirlo, casi puedo ver como las raíces penetran bajo el camino, como los arboles crecen y las hojas buscan la luz, pero todo está en silencio y solo los cuervos y las cigarras lo rompen. Nuestros sonidos suenan apagados, mínimos, insignificantes.
Pero antes de llegar al final del camino, un pequeño sendero nos lleva, a la izquierda del principal, hacia un valle por el que el monte desagua cada primavera. Ahora solo hay un hilo de agua y muchas rocas, y podemos ver cientos de montoncitos de cantos en el lecho del rio. Cuando le pregunto, mi acompañante me dice que esos montones los han hecho padres para ayudar a sus hijos muertos a encontrar el camino.  – Este es un lugar triste–, me comenta. Parece una última suplica al dios de la montaña para ayudar a sus hijos en el otro mundo. Escriben sus nombres en papelitos que arrojan al rio para que la corriente los arrastre y estos caen por una ruidosa cascada, que en primavera se convertirá en una enorme catarata de rocas y barro, pero que ahora lo mas que lleva son los deseos de unos padres destrozados.
Mientras volvemos a la civilización hablando de lo cotidiano puedo ver, de nuevo, las nubes, blancas, elevándose inmensas en el cielo.
…Definitivamente no somos nada.

3 comentarios:

Lorena Edith Cañon dijo...

Muy interesante el viajé que hice al leer tu entrada... fascinante travesía por esa senda empedrada llena de recuerdos y de calma...

Gracias por compartir ésta experiencia!

Fue un gusto llegar a éste blog, saludos desde Buenos Aires, Argentina...

Nergal dijo...

me alegro de que te haya gustado. vuelve pronto

fenix dijo...

Me ha gsutado mucho tu blog y todo lo que comentas en el te felicito por ello y no lo dejes jeje un saludo