Las tradiciones y costumbres a veces provocan extrañas e incluso aterradoras situaciones. Fuera del glamour de los hoteles capsula que vemos en las sensacionalistas noticias de algunos informativos españoles esto es más bien un hotel “nicho”, si, nicho, pues realmente son nichos, como los que usamos en España para enterrar a nuestros muertos. Y cuando uno abre los ojos y se da cuenta de donde está, un escalofrío recorre la espalda. De todas formas, todo hay que decirlo, este nicho es cómodo y, como no podía ser de otro modo, escandalosamente barato para tratarse de Tokyo. Por unos 2200 yenes, al cambio unos 20 euros, puede usted sentirse como sus antepasados en su descanso eterno, al menos por una noche. A cambio de eso el hotel está en una zona no demasiado céntrica pero cerca del barrio de Asakusa, cuna de una de las imágenes más típicas del más típico Tokyo: la enorme linterna roja en la puerta que da paso al templo budista, aunque en este caso primero te dan paso a una calle llena de tiendas. El templo después si queda tiempo.
Me comenta Masa-san que hace unos días hubo un festival en al barrio con fuegos artificiales; Hanabi en Japones, me gusta esa palabra que literalmente significa “flor de fuego”. Ahora hay un ambiente de resaca, quizás porque es Sabado, o quizás por el calor, y mientras perdemos 100 Yens apostando a las carreras de caballos en la tercera de Nakayama puedo ver las caras de la gente que se agolpa en la casa de apuestas. – toda esta gente no trabaja–, me dice Masa-san, y es que la crisis también ha pegado fuerte en Japón. Las salas de Pachinko están medio vacías, pero las casas de apuestas están a reventar. Nos vamos con la música a otra parte mientras a nuestra espalda se oyen voces animando al caballo perdedor.
Poco a poco me siento como Dante bajando a los infiernos, y mi guía me arrastra cada vez más a las profundidades de la masa humana que conforma esta urbe inmensa, infinita, a esa maquinaria implacable que nunca se detiene. Como te pares un momento te arrastra. En las puertas de nuestro viaje, la parte cándida de la maquina: el barrio de Akihabara. Masas de jóvenes con dinero fresco y cientos de tiendas donde te puedes encontrar los más extraños artefactos del ocio actual, desde cartas de Magic descatalogadas a maquetas de Zero a escala, pasando por muñecas a tamaño casi real para satisfacer las fantasías eróticas de la juventud tokiota, mangas hentai debidamente censurados por algún burócrata de las altas esferas, muñecos de Ultraman, llaveros de Doraemon, Evangelion, FMA, series de los 70, héroes modernos fabricados en plástico de dudosa calidad. Como alguna imagen de Escher, las escaleras se entremezclan y las plantas de los edificios se confunden mientras miles de jóvenes satisfacen sus deseos de comprar el último tomo de tal o cual manga, mientras en la librería se acumula el polvo sobre algún libro de Kenzaburo Oé. Caras de felicidad rondan por las calles saturadas de hormonas en una de las zonas más jóvenes de Tokyo. Felicidad plastificada.
Por la noche cena con unos amigos mientras te sirve una muñeca vestida de Lolita y después Karaoke. Me sorprende como sólo cantan canciones de series anime, nada más. Me siento un extraterrestre cantado “Blowing in the wind” pero al final acabamos cantando todos “Allways look on the brigth side of life”. Una pequeña victoria. Por la noche el alcohol hace que me olvide de que dormiré en un nicho, apropiada metáfora. Mañana descendemos al segundo círculo.
Después de comer en Asakusa nos dirigimos a Shinjuku. Si en Akihabara te puedes encontrar lo que quieras siempre que tu edad mental no supere los 20 años, en Shinjuku te puedes encontrar lo que quieras a partir de esa edad. Sin duda la sensación que uno tiene cuando sale a la calle es que se trata de un paso más allá. Se agolpan desde los restaurantes más japoneses donde puedes comer el tremendamente caro y venenoso pez Fugu, o carne de ballena, hasta las calles más macabras donde los miembros de la Yakuza vigilan su territorio, las putas se arreglan las medias llenas de agujeros con los brazos llenos de cardenales y los chaperos se te acercan para ofrecerte sexo a las 2 de la tarde, mientras en el tercer piso del edificio de enfrente están rodando una peli, a todas luces, porno.
En Tokyo todo lo que quieras, aquí lo tienes ¿quieres sexo y comida exclusiva?, Shinjuku; ¿quieres disfrazarte? Pues vete a Harajuku; ¿eres joven? Pues tu lugar es Akihabara; ¿quieres turismo típico? Pues a Asakusa; ¿Que te apetece comprar y tienes pasta? Pues no se a que esperas para irte a Ginza. Lo que quieras lo tienes. Y si te apetece ser de lo mas cool cuando vuelvas a casa no te olvides de decir que has estado en el cruce más famoso, casi más famoso que el de Times Square, el cruce de Shibuya, el ultimo circulo de nuestro viaje. Aquí se acumulan las tiendas de Ginza, los bares de Shinjuku y, por supuesto el Starbucks más famoso, con las vistas más emocionantes de todo Japón, mas aun que las vistas del monte Fuji. Siéntese, tómese un café y vea como la gente cruza la calle. Verdaderamente emocionante.
Pero sobre todo la gente
15 millones de personas se agolpan en la urbe, y eso solo la ciudad de Tokyo, pues si te pones a sumar el área metropolitana la cifra se dispara hasta los 35 millones de personas, de las cuales 22 millones usan el transporte cada día. ¿Te has mareado?
Si te has mareado te recomiendo que te des una vuelta por el Kookyo, el palacio imperial, donde vive, lógicamente, el emperador de Japón, descendiente directo de la diosa Amaterasu, cuyo tataratataranieto fue Jinmu, primer emperador de Japon en el año 660 a.c. y del cual descienden todos los emperadores japoneses. Y, claro, una dinastía tan rancia necesita un palacio acorde con la genealogía y ese es el gran palacio imperial, que fue destruido en la segunda guerra mundial y vuelto a reconstruir años mas tarde. Dentro de sus jardines uno casi se olvida de que esta dentro de esa gran urbe. La modernidad aun no ha logrado traspasar el foso de 20 metros de largo y los altos muros de piedra, pero bajo los puentes, la hierba ha sustituido a las picas de madera. Ya no hay enemigos y el emperador
Heisei, Akihito ya no debe repeler rudos samuráis de sus murallas. Ahora otro tipo de samuráis, estos con traje y corbata, son los que invaden y destruyen, pero esa es otra historia.
Sin embargo Tokyo no es, ni mucho menos, la primera capital del reino. La primera capital estable fue Nara, después de muchos años de capital itinerante. Y Nara es un perfecto contraste para Tokyo. Si este es el símbolo de la modernidad, aquella lo es de lo antiguo. Dentro de sus límites se agolpan 8 lugares patrimonio de la humanidad y quizá el más espectacular de ellos sea el Toodaiji, el edificio de madera más grande del mundo dentro del cual se encuentra el gran Buda Daibutsu.
Dentro del Toodaiji hay una columna con un agujero y se dice que quien lo atraviese alcanzara la iluminación. Lamentablemente para la mayoría de los mortales eso no es posible ya que el tamaño del agujero es tan pequeño que prácticamente solo cabe un niño. Aun así la gente se empeña en pasar a su través y quizás no se dan cuenta de que hay que ser como un niño para alcanzar la iluminación.
Otra opción es ir a Tokyo, al cruce de Shibuya. Hoy la iluminación solo se entiende en términos de Megavatios.
En la segunda noche en Tokyo duermo en algo que se parece más a un hotel capsula. Por la mañana me encuentro con la hora punta en los trenes. Caras soñolientas a las 7 de la mañana, caras apretadas contra los cristales de los vagones. Mientras atravieso la ciudad en el tren bala hacia Okayama puedo ver las riadas humanas que se dirigen al trabajo, o al colegio; ríos grises desembocan en altos edificios de oficinas y ríos blancos hacen lo propio en colegios. El tren acelera y a 300 Km/h me despido de la ciudad, hasta la próxima, espero. Cuando llego mi destino 4 horas después una pareja de turistas esperan la apertura de la puerta delante de mi. Se besan y de pronto me doy cuenta de que no había visto a nadie besarse ni en la cara en las tres últimas semanas. Leo en la mochila del hombre “XXI encuentro de la sociedad española de Otorrinolar…. Y me da la risa.