domingo, 10 de enero de 2010

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El año 1492 fue, como todo el mundo sabe, el inicio de la mayor aventura de conquista y descubrimiento (en ese orden) que la humanidad ha llevado a cabo hasta ahora. Sin duda las intenciones eran bastante honorables; comerciar y establecer relaciones con el lejano oriente, sin embargo creo que todos sabemos el final de la historia: un continente entero dominado, el surgimiento de nuevas sociedades fruto del exterminio de otras, nuevos recursos para explotar, nuevas razones para la guerra etc. Y es que es una condición natural del hombre apropiarse de todo lo que hay bajo el sol sin importar las consecuencias que tendrán nuestros actos.


Las razones para que esto ocurra son variadas, pero se pueden resumir en una simple idea, esto es: como somos la especie más inteligente del planeta es lógico que todo lo que hay sea de nuestra propiedad. Esta es una idea completamente arraigada en la mente de todo el mundo y no precisamente porque sea resultado de una meditación o una reflexión profunda, sino que es algo tan lógico que ni siquiera nos planteamos pensar que pueda ser de otra forma.

¿Pero, por que nos parece lógico? ¿Por qué no cabe en nuestra mente que no pueda ser de otra manera? Entre las razones para que nuestra mentalidad sea así están, de una manera muy poderosa, las creencias religiosas, que nos ofrecen una justificación inmejorable para todos nuestros actos. Sin duda las sociedades se forman, desarrollan y culminan merced a unas pautas sociales que vienen marcadas por un rango de creencias que se van desarrollando con el paso del tiempo y que se interrelacionan con las características propias de la sociedad, de tal manera que tanto las creencias como las normas puramente sociales como pueda ser la política, las leyes o la economía evolucionan juntas, se desarrollan a la par y generan un rango de aptitudes, como la capacidad de desarrollo social, las opiniones de la sociedad frente a diversas situaciones o las leyes que se crean, que son las que dirigen el rumbo de las sociedades, para bien o para mal. Y este bagaje de aptitudes generadas en el seno de las sociedades son las que las capacitan para enfrentarse a retos fundamentales para su supervivencia y a los problemas cotidianos que surgen en su relación, tanto con otras sociedades como con el ambiente en que están inmersas.

Y es precisamente la relación entre las sociedades y el ambiente en el que viven la que supone el verdadero reto de supervivencia para una comunidad, por muy grande o pequeña que sea. Porque, al fin y al cabo, el hecho de que, por ejemplo, una nación conquiste a otra o el que un pueblo destruya a otro tiene una importancia menor en el desarrollo global de la humanidad, si tenemos en cuenta que la humanidad como tal no es ni más ni menos que una metapoblación en la que cada una de las poblaciones se interrelacionan entre sí, cambiando la estructura de ellas localmente, pero no cambiando la esencia de la metapoblación en general. Lo que en lenguaje simple significa que si mañana, por poner un ejemplo, la república de Kazajstán desaparece, eso tendrá sus repercusiones en tanto en cuanto a lo que como parte de la comunidad internacional supone, pero no tendrá repercusión en lo que se refiere a lo que la humanidad es como especie animal y a largo plazo, que es realmente lo que importa. Seguiremos adelante sin Kazajstán, Lituania o España por poner algunos ejemplos.

Sin embargo nuestras actividades como especie no se traducen en una eficiencia en nuestra relación con nuestro medio ambiente. Cuando los españoles del siglo XV llegaron a lo que ellos creían que eran las indias, no se pararon a pensar en cómo podrían establecer una sociedad en armonía con el nuevo medio ambiente que se había encontrado. Es muy probable que una de las primeras cosas que pensaron es cómo podrían reproducir allí todo lo que hacía que su sociedad de Europa fuese como era en aquel momento: la religión, los alimentos, la justicia, las leyes…Y lo primero que hicieron es construir una ciudad y, por supuesto, una iglesia. En ningún momento se pararon a pensar en la manera en que podrían vivir allí siendo ese un medio nuevo y hostil, que costumbres podrían ser adecuadas y cuales serian perjudiciales. Por supuesto lo que nunca pensaron es si ya había alguien viviendo a quien tuvieran que pedir permiso para quedarse, y cuando se los encontraron sabían perfectamente que hacer.


Aquellos indios americanos debieron quedarse estupefactos ante aquella visión de los hombres blancos, y sin duda lo hicieron pues creían que eran dioses, pero esa visión empañada por sus creencias desapareció pronto cuando se dieron cuenta de que aquella visita no era de simple cortesía, más bien era un venir para quedarse. Parece lógico que cada una de las sociedades adoptara un rol, inconsciente al principio, de superioridad para los europeos y de inferioridad para los nativos, dada la diferencia en sus tecnologías, y sin duda los europeos no tendrían una intención clara de destruir a nadie, al menos en un principio. Más tarde esos roles se afianzaron y las ideas de superioridad en inferioridad quedaron marcadas de tal manera que aquella tierra paso a ser, de facto, propiedad de Europa, y los indígenas pasaron a ser molestias de las que deshacerse si era necesario para conseguir los objetivos comerciales, políticos y religiosos de la sociedad dominante. Todos sabemos cómo es el final de la historia, pues la estamos viviendo.

Sin embargo aunque estamos viviendo esa historia y somos parte de ella, aun no ha acabado, pues durante toda la historia humana, desde su nacimiento hace un par de millones de años, un parpadeo en la historia de la tierra, hasta la actualidad, la humanidad se ha definido por las conquistas de unos pueblos por parte de otros, desde los pueblos del mar en oriente medio, la expansión macedonia, el nacimiento de China, la expansión cartaginesa y después la romana por el Mediterráneo, las invasiones bárbaras, la expansión del islam, las cruzadas, la conquista de América, el colonialismo en África, las dos guerras mundiales y la guerra fría, hasta el actual dominio de occidente tanto cultural como económico.

Y con todo este currículo de guerras, dominio y control, hemos llegado a controlar incluso nuestro medio ambiente hasta el punto de que somos capaces tanto de destruirlo como de salvarlo. No importa si estás del lado que conquista o que es conquistado pues tarde o temprano la conclusión obvia inherente a las sociedades humanas es que la tierra es nuestra y hacemos lo que queremos con ella. Por supuesto esto no ocurre, por suerte, en todas las sociedades, aunque lo que sí es cierto es que las que han estado más cerca de la tierra, han sido más respetuosas con el medio ambiente y han vivido más en equilibrio con él, son las que inevitablemente han caído frente a los conquistadores, que precisamente lo son porque no tienen en cuenta esas consideraciones y dirigen sus esfuerzos a la conquista y el dominio.

¿Qué nos fuerza a alejarnos de ese modo de vida respetuoso? A primera vista parece que el poder y la comodidad son las dos fuerzas impulsoras del mundo. El poder como medio de control, tanto en la sociedad como en el medio ambiente, y quien tiene poder solo quiere una cosa: más poder; por supuesto a costa de lo que sea, pueblos, sociedades o medio ambiente, pero incluso la propia sociedad en la que vive o gobierna quien detenta el poder, y eso nos lleva a la comodidad como medio de control, porque una sociedad cómoda es una sociedad autocomplaciente y ese es el camino más fácil hacia el conformismo, que inevitablemente nos lleva a dejar hacer al “otro” que en nuestro caso es el político. Que lo hagan ellos, que hagan leyes, que legislen, que yo solo quiero dos cosas: un sueldo a fin de mes y un sofá cómodo con una tele para descansar después del trabajo, que necesito para pagar la casa en la que vivo y el coche que necesito para ir a trabajar, que bastante tengo con lo que tengo.


Pero no me refiero con esto a que debiéramos volver a las cuevas o a cocinar con carbón o con madera, o a lavarnos con agua fría una vez a la semana, o incluso a cazar nuestra propia comida. Esa es precisamente la trampa en la que vivimos, porque nos han hecho creer que la vida que llevamos es solamente posible a base del ritmo de consumo y destrucción que hemos estado viviendo desde hace un siglo. Y esa mentira hace que permitamos que ocurran cosas como la destrucción de los bosques, la eliminación de pueblos en lo que bien puede llamarse limpieza racial (véase los indios de América, los indígenas de Australia o las minorías de África), la desaparición de miles de especies animales y vegetales, la destrucción de ecosistemas marinos, lacustres o terrestres y, en fin, la domesticación de toda la tierra en lo que yo llamo “la granja global” que significa que todos los ambientes de la tierra deben estar domesticados de tal manera que sirvan a los propósitos del hombre sean cuales sean: tenemos bosques, pero de arboles “útiles” para la industria maderera, tenemos ríos pero domados a las necesidades humanas, tenemos mares, pero explotados para sustentar nuestras necesidades, tenemos animales en zoos, tenemos animales en casa, pero domesticados, tenemos animales y plantas para consumo modificados mediante sucesivos cruces o por ingeniería genética para que sean como queramos que sean.


Tenemos, en fin, un mundo feliz, pero feliz en apariencia, porque todas esas modificaciones que hacemos a nuestra especie y al resto de las especies no son sino pequeños pasos hacia la destrucción de nuestro medio ambiente. Esos bosques domesticados no tienen diversidad y en esencia son solo granjas de madera. Los ríos que domamos con presas mueren por acumulación de sedimentos y las tierras que dependen de ellos mueren por falta de nutrientes y sobresalinización. Los mares acaban por esterilizarse, tanto por la falta de sedimentos que aportan los ríos como por la sobreexplotación. Los animales en zoos no son sino fotografías muertas para nuestro disfrute visual, pues no aportan nada a la tierra; están secuestrados de los ciclos de la vida y la muerte, de la evolución y el cambio. Los animales domésticos alimentan nuestra complacencia y nuestro ego al demostrar nuestro dominio para con el resto de especies. Y por último las modificaciones genéticas en animales y plantas solo benefician a las industrias que las fabrican, ya que destruyen la biodiversidad y aniquilan a las especies naturales al ser más resistentes que estas frente a los productos químicos.


Sin duda parece un escenario perturbador pero he aquí que nos encontramos en un cruce de caminos histórico. La humanidad se encuentra ahora mismo en la tesitura de poder enmendar todos los errores del pasado. Tenemos la tecnología, el dinero y lo más importante: el miedo. Sabemos que el mundo se va destruyendo poco a poco. Lo sabemos, lo podemos sentir y si no daos una vuelta por el campo, mirad vuestra ciudad desde lejos y observad la contaminación. Es fácil verlo pero es más fácil ignorarlo, como hemos ignorado desde siempre las injusticias contra los más débiles, los crímenes contra la naturaleza y los abusos contra los recursos naturales. No es difícil hacer las cosas bien, sin embargo es algo molesto, lo reconozco, tener que levantarnos de nuestro sofá y juzgar con la mente clara cuales son las cosas que merecen conservarse de nuestra sociedad y cuáles son las que no lo merecen. Somos herederos de una historia de conquistas y dominación, pero también conservamos la herencia de todos los pueblos que han respetado y aun respetan a la naturaleza. Y no creo que sea sano pensar que nuestro modo de vida es el mejor, el más adecuado y el más efectivo. Si no hay critica no hay cambio y si no hay cambio nos convertiremos en un virus que carcome lo que le rodea, sin cerebro y sin emociones. Como animal más inteligente de la tierra tenemos el deber de conservarla, de respetarla, de amarla y de protegerla. Se pude hacer, se puede ser humano y parte de la tierra, no es un imposible



Como dijo hace dos mil años Marco Aurelio:

Mi ciudad y mi patria, en tanto que Antonino, es Roma, pero en tanto que hombre, es el mundo. En consecuencia lo que beneficia a estas dos ciudades es mi único bien



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